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Por: @PedroDeMendonca
¿Acaso puede haber algo más
complejo que eso que Shakespeare denominó como locura? Creo que, por ser
demasiado racional y calculador, es que nunca he tenido éxito en esa locura que,
ciertamente, es el amor…
El amor requiere
improvisación, lanzarse al abismo sin pensarlo dos veces, así como Simão
Botelho se echó al pique a Tadeu de Albuquerque por su amada Teresa… Pero yo
no, no he podido. Siempre la maldita racionalidad y el vicioso orgullo me lo han
impedido.
Por ejemplo, ahora tengo un
amor platónico. Y no he decidido dar el paso de conquistarla, porque sé que es
mejor así como estoy (o como estamos) ahora: ella allá, sin saber si quiera que
gusto de ella y yo aquí, vuelto añicos por sus ojitos encantadores y su boca
claramente viciosa.
Quiero besarla, hacerla mía,
pero temo de mí, temo de la conquista, temo del amor. Siempre he pensado que a
los hombres nos mueve más el deseo por la cosa, que la cosa en sí misma. Y,
aunque las mujeres no son cosas, aplica para ellas (por deseadas) la misma
regla.
Ella me gusta así, lejana. Y
me gusto así, gustando de ella en el anonimato, volviéndome loco, viéndola
caminar desde lo lejos o apreciando como tonto las fotos en su muro de Facebook, que, aunque recatadas, me
infartan y me ponen el ansia a mil (a ninguna le doy "me gusta", porque, en realidad, no me gustan, me enloquecen).
Ella es preciosa, estoy
seguro de que es la mujer de mi vida. Sé que, no solo esta buenísima y
riquísima, sino que también será la única mujer que logrará sacar lo mejor que
llevo dentro.
Nunca me ha gustado la
playa, pero sé que a ella sí y, por eso, hasta surfearía y me broncearía de pie
a cabeza. Sufro de bufonobia, pero por ella me comería cien mil sapos; al fin y
al cabo, siento que he besado a millones de sapas (y otras anfibias) y es ella
la princesa de mi historia, la Cleopatra de este Antonio.
Qué les cuento de sus
ojitos. ¡Oh, por Dios! Son la cosa más bella que se haya creado nunca. "Verdes son los campos, de color del limón: así son los ojos de mi corazón" (Luis de Cam ões).
¿Y su sonrisa? ¡Me pone
mingón!
¿Su cabello? ¡Jesucristo!
¿Su olor? ¡Me paraliza!
¿Su manera de caminar? ¡Me
hipnotiza!
¿Su voz? ¡Me transfigura!
Pero aquí estoy, deseándola
sin tenerla. Es una lucha conmigo mismo. Siempre he pasado de las que han
mostrado interés por mí… Y sé que harán lo mismo cuando yo muestre interés por
alguien… Y no quiero pasar eso con ella, porque me encanta y, desde lo más
recóndito de mí, la amo y no quiero dejar de sentir esto que siento por ella,
nunca.
Temo por aquello de “todo lo
que se hace se paga”, por haberle roto el corazón a mujeres excepcionales, que
sé que querían lo mejor conmigo, pero que yo, por imbécil, corrí de mi vida,
porque así he sido, un idiota. Y solo por eso, por idiota, no por
malintencionado.
Y no quiero pasar esto con
ella... Siempre he considerado un acto de debilidad el confesar amor. ¡Y
detesto a las mujeres débiles! Sin embargo, ¡esto que siento por ella no es
debilidad, es amor real, puro y verdadero, como el de Romeo por Julieta!
¿Y si ella llegase a gustar
de mí, a corresponderme, y dejase, como las demás, de gustarme? ¡No, no quiero
eso! La quiero así: mía, siempre mía, así sea desde la soledad… ¡Oh, por Dios!
No quiero que esté con otro,
ni quiero estar con otra. ¡Quiero que estemos los dos juntos y morir de
viejitos y juntos, como los Amantes de Teruel o, no sé, como nosotros dos!
¡Pero no sabe que la amo y
que fuimos hechos el uno para el otro, como Felipe El Hermoso y Juana La Loca!
Lo único que sabe de mí es mi nombre: Antonito.
Nota: Esta es la primera publicación de la serie Antonito.
Nota: Esta es la primera publicación de la serie Antonito.
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