El tiempo es eso en lo que la vida se nos va. Y se nos está yendo en colas,
contando billetes y esperando autobuses. Por eso urge superar la crisis en Venezuela, no hay más tiempo (más vidas) que perder
Su ceño fruncido daba cuenta de la
intensidad del calor. El sol en Calabozo nunca juega y menos a esa hora impía
del día. Le habían anunciado hacía una hora que a las 3 de la tarde el local
abriría. Ella era la primera de una fila de unas 20 almas, que penaban frente a
aquella santamaría por el mismo producto: café a precio controlado por el
Estado mafioso. Conforme el sol se enrojecía, la furia de las víctimas se
acrecentaba: las de afuera exigían la apertura del abasto, las de adentro
reclamaban paciencia. Ya el reloj marcaba las 4:20 de la tarde y ella, la
primera en la fila, terminó siendo la primera en desistir. Con las dos manos en
la cabeza y la cara mojada de crueldad, se fue caminando por aquella calle, desapareciendo poco a poco entre las brumas de aquel infierno. Su cara era de lamento,
de decepción.
Mi lamento y mi preocupación eran
porque, entre ella y sus compañeros de desgracia, se fueron a la basura, como
mínimo, 3 mil minutos de vida humana: 150 por cada uno de los 20 seres que
-calculo- estaban en aquella eterna y sofocante escena. Al final el abasto
nunca abrió.
Los venezolanos de todos los estratos
y proveniencias estamos insertos en un sistema muy perverso, en el que nuestro
tiempo se evapora. Se va hasta una mañana completa en una lucha de supermercado
o abasto por algo de comida, se destruye hasta una hora para contar 100 mil
bolívares en billetes de baja denominación, se regala al infierno hasta dos
horas en una fila para lograr tomar un transporte, se le hurta a un camionero hasta una hora en una alcabala absurda, se queman minutos mientras un celular o una computadora intentan conectarse a internet.
Es una dinámica cruel, impuesta por
unas mafias aferradas a las migajas del poder, a costa del sufrimiento, de la
desesperación y de la agonía de todo un país. Porque se trata de eso: lo
destruyeron todo y las consecuencias nos mojan la frente y azotan la piel. Pero el resultado de esa destrucción que más me genera preocupación es que la gente pierda su tiempo hoy en
actividades que en cualquier parte del mundo normal toman minutos o segundos:
comprar comida, realizar un pago, abastecer el vehículo de combustible, tomar
un transporte…
Esto es sintomático, pues, en
definitiva, la prosperidad de una nación puede divisarse por la forma en la que
la gente emplea su tiempo. Y podemos establecer comparaciones básicas: mientras una
maestra venezolana gasta toda su mañana (unos 240 minutos) en buscar qué
cocinar, una maestra portuguesa, por ejemplo, puede emplear hasta menos de 20
minutos en la misma acción. La maestra portuguesa tiene, en comparación con la
venezolana, 220 minutos de ganancia. Y ni contar con que la maestra de aquí
debe, para ello, hasta pedir permiso en su escuela. Pierde productividad.
Pierde tiempo. Pierde vida.
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Fila de personas frente a un abasto, ubicado en pleno Centro (carrera 11) de la ciudad de Calabozo. Esta imagen ya es rutina en Venezuela. |
El tiempo, para definirlo, es eso en lo que la vida se nos va. Y se mide en pasado (lo que hicimos y lo que no) y futuro (lo que haremos y lo que no). La forma en la que se empleó el tiempo ayer da cuenta de la prosperidad (o ruina) personal y colectiva acumulada y también de la forma en la que, muy probablemente, se empleará mañana. Porque el tiempo es, sencillamente, la vida. Por eso en Venezuela la vida (el derecho base de todo ser humano) se evapora y está devaluada, porque se emplean grandes cantidades de tiempo (resalto: se va gran parte de la vida) en acciones que no lo requieren.
Esta es una de las razones por las que
participo, desde mi lamentablemente aletargado estado Guárico, en la lucha
contra quienes mantienen este status quo criminal. Caras que sobresalen en el
llamado “diálogo”, que llegó con el mes de diciembre a extender la agonía en el
país; a apalancar la pérdida de más tiempo, de más vidas. Ese es el único medio
y el único fin de ese proceso, inventado y reeditado en Cuba, uno de los
mayores cementerios de tiempo en el mundo.
El “diálogo” en República Dominicana es eso: tiempo para las mafias, que
es igual a más muertes y más angustia para la gente que clama coherencia,
firmeza y cambio. Y ya los “no resultados” fueron expuestos por el elenco
“negociador”, que anunció la extensión del letargo para el 15 de diciembre.
Mientras tanto, quienes sí estamos
conscientes de lo que está en juego en Venezuela, avanzamos con un claro sentido
de urgencia en la consolidación de una plataforma amplia y mayoritaria que, una
vez terminada, enfrente con amenazas creíbles a la dictadura más cruenta de
nuestra historia. Para que inicie, sí, un proceso de negociación con la
dictadura, pero cuyo único objetivo sea su salida del poder. Y esa negociación
debe tener un tiempo preestablecido. Porque aquí ya no hay más vidas que
perder.
Todo esto, para avanzar a un gobierno
en el cual el uso del tiempo sea un eje central de gestión pública. Hacer más cosas en menos tiempo, es ese el indicador del avance de nuestra civilización.
Con un buen empleo del tiempo tendremos índices más elevados de productividad; estaremos mejor insertos en los mercados globales; los procesos políticos estarán enraizados en una sociedad que demanda y exige más, con mayor celeridad; nuestra identidad cultural estará marcada por la eficiencia; seremos libres.
Con un buen empleo del tiempo tendremos índices más elevados de productividad; estaremos mejor insertos en los mercados globales; los procesos políticos estarán enraizados en una sociedad que demanda y exige más, con mayor celeridad; nuestra identidad cultural estará marcada por la eficiencia; seremos libres.
La lucha de la humanidad nunca es
contra el tiempo; porque no se puede luchar contra la vida. La lucha es, más
bien, por la vida, contra el derroche del tiempo.
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