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Twitter: @PedroDeMendonca |
Pablo me escribe emocionado, desde que había
salido de Venezuela no había tenido la oportunidad de conectarse en su chat de
Facebook. Es mi amigo, se fue a Perú hace como tres meses. Me dice que por allá
la cosa va bien; que lo que gana le alcanza para cubrir sus necesidades
básicas, enviarle algo a su familia en Venezuela y ahorrar. Pero –me dice con
un tono de lamento- está desesperado porque cambie todo aquí para volver, principalmente,
porque le cansa mucho trabajar 12 horas al día. “Prepárate, porque cuando te
corresponda regresar para construir esto nos va a tocar trabajar hasta 16 horas
al día”, le escribí.
En la cultura venezolana a mucha gente le han
asesinado el espíritu del trabajo. Son 60 años de Estado empleador, de fiebre
de salario mínimo y tiques de alimentación, de cada vez más días libres y
feriados, de “ponme donde haiga”. A muchos se les ha olvidado y otros tantos
nunca lo han sabido, que los grandes logros implican arduo trabajo. Que para
tener una casa o un apartamento hay que trabajar bastante. Un carro, un viaje,
un negocio productivo. Y un país. Y más hoy, cuando nuestras reales
aspiraciones pasan por tener un país totalmente distinto al que hemos tenido: uno
donde el Estado esté al servicio del ciudadano, donde se ascienda solo con base
en el mérito, donde el conocimiento soporte el desarrollo. Todo lo opuesto al
jolgorio de mediocridad y corrupción que sufrimos hoy.
Amalia y su esposo comenzaron con dos mesas
debajo de un latón en Chaguaramas y, a punta de trabajo arduo, tienen hoy su restaurante.
Mi papá llegó al país sin nada y salió adelante, trabajando de domingo a
domingo en Calabozo. Excelsior Gama comenzó como una bodeguita rústica en el
oeste de Caracas y, mediante el trabajo fajado y el ingenio, llegó a ser un
emporio en el sector supermercados. Ellos no lo lograron trabajando seis horas
al día o acostados en un chinchorro, esperando el bono de un Estado criminal.
Lo lograron fajándose. Y es así como forjaremos el país de grandeza sin Maduro.
Un país próspero, de innovación, abierto a los mercados globales, de libre
competencia, de respeto a la propiedad privada, de derecho sensato y claro, de
responsabilidad y dignidad humana, de educación productiva. Un país de trabajo.
Ese cometido nos impone una ardua tarea a todos
los venezolanos, porque no lo lograremos en dos días. Ello supone que nos
organicemos y asociemos desde ya con las personas de todos los estratos que
tienen vivo el espíritu del trabajo -que, aunque muchos crean lo contrario, son
mayoría- para que a los centros de decisiones públicas lleguen quienes se
alinean con estos principios y los promuevan. Esto es imprescindible para
cumplir con nuestras reales aspiraciones de cambio. No los ladrones, los
perezosos ni los deshonestos.
En esta semana del 1 de mayo, que la
celebración sea por la bendición de trabajar y salir adelante por esfuerzo
propio. Que la exigencia sea para que el Estado no se meta en las relaciones
económicas de los hombres. Que muy pronto nuestra fiesta el 1 de mayo sea por el
el logro de que cada vez más gente se contagie del espíritu del trabajo.
De acuerdo, hay que sacar adelante a mi querida Venezuela, trabajando, pagando los servicios y sumando gente que estén dispuestas al logro, desde la distancia, un abrazo y dispuesta a seguir adelante ��������������������������
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