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@PedroDeMendonca |
Imagina que Nicolás Maduro y las mafias caen
hoy mismo. Los grupos criminales e irregulares que tienen control sobre nuestro
territorio son controlados, la Fuerza Armada Nacional cesa en su rebeldía, el
bodrio de la Asamblea Nacional Constituyente es disuelto y ya los poderes
públicos han sido renovados. El júbilo se apodera de toda Venezuela. Nos
organizamos entonces, de lleno, para elecciones por fin libres, en las que
elegimos a todas las autoridades del país: desde las parroquiales hasta las
nacionales; pasando por alcaldes, concejales, diputados estadales y
gobernadores. Imagina que en ese momento elegimos a gente de varias toldas y
colores políticos, pero que igual roba, aunque un poquito menos; que igual va a
los barrios a regalar la comida que ya empieza a aparecer en abundancia en los
supermercados y que no tiene ni idea de lo que su puesto significa, pero que
muchos dicen que es gente buena porque “se vale todo, menos que sea chavista”.
Ese día, entonces, estaremos cometiendo el peor error de nuestra historia, una
falta aún peor que la que cometieron quienes eligieron y fortalecieron a Hugo
Chávez, a Nicolás Maduro y a todas sus redes de mafias en todo el país. Ese día
habremos echado a la basura 20 años de lucha y una gran oportunidad para tener
el país que siempre hemos querido.
El cambio que Venezuela hoy clama es de la
raíz, por eso es un cambio radical; no un simple cambio de partidos o de
rostros. Y ese cambio solo será posible si, una vez ido Maduro y quebrado el
Estado criminal, los líderes radicalmente honestos, responsables y trabajadores
toman las riendas del país en todos los niveles. Líderes ágiles, conscientes de
los grandes desafíos del mundo global del que hemos estado alejados y que
conciban la gestión pública como servicio público. Y gente de ese talante hay
de sobra.
Los líderes son determinantes en cualquier
sociedad: un líder mediocre modela la mediocridad, un líder deshonesto aúpa la
deshonestidad, un líder improvisador y vividor se despreocupa por lo correcto.
Así este líder va modelando una sociedad mediocre, deshonesta, improvisadora y
vividora; una sociedad socialista, como la que hemos padecido estos 20 años,
pero también como la que le sirvió el país en bandeja de plata a los chavistas
en los años previos. El líder correcto, en cambio, incentiva el espíritu de
superación, ocasiona patrones de conducta honestos y premia al que trabaja e
innova. Así, este líder bueno modela una sociedad de brillo, de valores y
principios y de acción correcta; una sociedad libre y donde solo se permita lo
bien hecho. Es fácil identificar quiénes hoy representan a cada bando y a sus
aliados, a quienes representan la ruptura con el presente y con el pasado y
quienes encarnan el peligro de hacer que regrese el chavismo en pocos años.
Los ejemplos de Argentina y Nicaragua, por
mencionar solo dos de nuestro hemisferio, son contundentes. En Nicaragua Daniel
Ortega ha representado los malos tradicionales del socialismo: violación de
derechos humanos, pobreza y miseria; en 1990 dejó de ser presidente de ese país
y en 2006 regresó al poder porque los males en los que se sostienen
(corrupción, deshonestidad y cogollos) no fueron eliminados de la gestión
pública. En Argentina Mauricio Macri tuvo la oportunidad de oro de aplicar
cambios radicales con el pasado; pero, por el contrario, las promesas
incumplidas, las medidas económicas con cobardía (el llamado “gradualismo”) y
la dejadez le dejaron la puerta abierta al regreso del kirchnerismo, que
amenaza con volver.
De esta manera, el reto de fondo que hoy los
venezolanos tenemos enfrente no es solo salir de Maduro y quebrar el Estado
criminal, sino cortar las patas del socialismo, sacarlo desde la raíz. Esa es
nuestra tarea. No es un cambio político o partidista, es un cambio cultural. Y
los cambios culturales se dan porque la gente los hace. La cultura no es una
sábana que arropa países y poblaciones; la cultura son las acciones de la
gente, tus acciones y las mías, que se vuelven hábitos y se institucionalizan.
La cultura es eso: instituciones. Desde la institución de comerse la luz del
semáforo sin que nada pase hasta las de pagar las deudas correctamente. Esas
instituciones existen porque son hábitos de los ciudadanos. En la nueva
Venezuela las instituciones que deben regir son la del pago puntual de los
servicios y su prestación con criterios de excelencia; la de la ley que se
cumple; la del esfuerzo que recompensa y la de servidores públicos frente a los
órganos de decisión. Ese es el gran desafío que tenemos, no otro. De otra
manera, no habríamos hecho nada en estos 20 años y seríamos doblemente
culpables. Ese reto solo lo superaremos con los radicalmente buenos al frente. Debemos
dar el vuelco.
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