Un sistema de salud competitivo

Twitter: @PedroDeMendonca

Una mujer que sale de Petare, en el estado Miranda, rumbo a Paso Real de Macaira, en Guárico, se vuelve noticia en todo el corazón de Venezuela por ser presunta portadora del Coronavirus. Desde el municipio José Tadeo Monagas de Guárico debe ser trasladada al hospital Israel Ranuárez Balza, en San Juan de Los Morros, para confirmarlo. Un viaje de casi cuatro horas de carretera para hacerse un examen; pues en su municipio los centros de salud no están habilitados para realizar tales pruebas.

A Venezuela le tocó enfrentar la pandemia del Covid-19 con un sistema de salud casi inexistente e hípercentralizado. En Guárico fueron tres los centros de salud habilitados para tomar las pruebas del Coronavirus: los hospitales Ranuárez Balza, en San Juan de Los Morros, y Francisco Urdaneta Delgado, en Calabozo, y el CDI Simón Bolívar, en Valle de la Pascua. Pero las muestras que son tomadas en Calabozo y Valle de la Pascua no son enviadas directamente al Instituto Nacional de Higiene, en Caracas, sino a San Juan de Los Morros. Allí se centraliza y se hace el reenvío al único ente en el país que analiza las muestras.

Son kilómetros y kilómetros de carretera que deben recorrer muchos pacientes y todas las pruebas. Son días los que se debe esperar para el resultado, que el mismo instituto tiene prohibido dar a conocer. Son las mafias del Estado criminal las que controlan toda la información y hacen los anuncios: primero, una figura nacional da cuenta de unos nuevos casos por estado y, al día siguiente, la “autoridad” de cada estado informa a sus habitantes en qué zona y condiciones específicas se encuentran los casos.

Este es el sistema de salud venezolano en su máxima expresión: burocrático, centralizado y muy opaco; un cóctel peligroso para la vida humana y aún más cuando se enfrenta una pandemia, cuyo manejo requiere precisamente de transparencia y agilidad. El centralismo promueve ineficiencia, la opacidad genera desconfianza. Esto, aplicado a la salud, es causa de insalubridad y peligro. Es a un sistema de salud descentralizado, desestatizado y transparente al que debemos enrumbarnos en libertad.

En medio de la pandemia del Coronavirus el mundo nos da ejemplos. Mientras un habitante de Altagracia de Orituco, en Guárico, debe viajar por más de tres horas en carreteras destruidas al hospital de San Juan de Los Morros para hacerse la prueba del Covid-19, en Estados Unidos un ciudadano puede hacerlo en cualquier centro de salud de su país. Mientras las pruebas del estado Guárico son centralizadas en el hospital de San Juan de Los Morros para su posterior reenvío a Caracas, en Europa las muestras son analizadas y los resultados son dados en el mismo centro donde se tomaron. Y mientras en Venezuela son las mafias del Estado criminal las que controlan toda la información -lo que acarrea todo tipo de incertidumbres-, países como Corea del Sur hoy celebran que pudieron controlar la pandemia gracias a la tecnología y a una gestión transparente, con información suministrada a la ciudadanía en tiempo real -lo que le permite protegerse mejor-.

La debacle de nuestro sistema de salud, pero también esas referencias del mundo moderno en el área, nos plantean escenarios emocionantes de nuestra vida en libertad, muy pronto, con un sistema de salud que cumpla su objetivo de mejorar la salud de los ciudadanos y administrado con criterios de gobernanza.

Un sistema de salud es mucho más que un ente que rige a una red de hospitales y ambulatorios. En la gerencia del sistema de salud que los venezolanos tendremos en libertad, los laboratorios, las redes de farmacia, los institutos de investigación, los centros de tecnología, las universidades, las familias y los mismos individuos –todos autónomos, libres y con incentivos- también deben ser concebidos de manera activa, como actores decisivos y con responsabilidades en el mejoramiento de la salud. El sistema de salud competitivo de la Venezuela libre debe ser manejado con criterios de eficiencia y libre competencia de profesionales y de centros asistenciales, con incentivos para la prestación cada vez mejor e innovadora de los servicios vinculados al área y con una gerencia que ponga el acento en la optimización de los recursos.

Pero no hay salud sin luz, sin agua, sin infraestructura acorde, sin recolección y procesamiento de desechos sólidos y sin un sistema educativo que la promueva; por eso el desarrollo en estas otras áreas también es prioritario para la consecución de una sociedad sana y con prosperidad social.

Todo esto plantea retos enormes; son rupturas históricas y culturales con un modelo de sociedad asistencialista, de oferta, paternalista y estatista, que nunca funcionó y que dictó condena de muerte a todos los venezolanos. Por eso urge el quiebre definitivo del Estado criminal para la edificación profesional, visionaria y generosa del sistema de salud. Uno en que los actores públicos y privados en los estados, los municipios y las parroquias tengan autonomía real para actuar eficientemente; uno en el que estemos destinados a la vida plena y digna.

Los venezolanos, con los profesionales de la salud al frente, estamos llamados hoy a empujar desde las profundidades de nuestro país la gran gesta por la ruptura histórica en el área. El rol de los servidores públicos, desde el Estado, es la concreción de este cometido, con la visión y participación de todos; garantizando que cada ciudadano tenga salud, no atravesando montañas, ríos y sabanas, sino en su casa y a la vuelta de la esquina.

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