Sociedad de líderes

 

@pedrodemendonca


Una sociedad, para ser próspera y poderosa, necesita líderes. Cada ciudadano, en cada rol de su día a día, a veces de manera inconsciente, ejerce liderazgo. Líder es una mamá o un papá, que encabeza un hogar y decide la educación, la alimentación y el futuro que forjará para sus hijos. Líder es un comerciante, que tiene empleados, dicta las reglas de su negocio y se esfuerza por verlo crecer. También es líder un productor del campo, que coordina su finca, su siembra y con su trabajo lleva la comida a su casa y a la de otros. Acabar con esa capacidad de liderazgo de los ciudadanos fue el objetivo desde el día uno del régimen socialista; porque, en esa medida, empobrecería a la sociedad. Su objetivo ha sido siempre una sociedad de hombres sin ninguna capacidad de decidir nada: ni qué comer, qué estudiar, qué vestir, en qué invertir su plata. Una sociedad de arrastrados, de siervos; no una sociedad de líderes. Nada más incómodo para los totalitarismos que un liderazgo, que, en esencia, contribuye al desarrollo y al bienestar.

Liderazgo es la capacidad de decidir lo tuyo para tu vida, conforme a lo que creas que es mejor. Liderazgo es ser dueño de tus cosas: de tu moto, de tu carro, de tu casa, de tu negocio y hacer con ellos lo que quieras. Ese liderazgo –siempre- inspira a otros: como el hijo, que ve a sus padres como un ejemplo de vida o como el empleado, que ve a su jefe como un respetable referente de superación o como un estudiante, que ve en su profesor un modelo a seguir en conocimientos.

La política y la relación Estado – ciudadano en Venezuela ha estado siempre guiada por la concepción de ciudadano totalmente contraria: no la del líder, sino la de la víctima y el siervo. No la del ciudadano que tiene la capacidad de superarse y cambiar su realidad por sus propios medios –y en algunos casos a pesar de sí mismos-; sino la del débil incapaz, que necesita de otro –casi siempre el Estado- para tener algo –desde propiedades hasta comida- o para ser alguien.

Esa concepción cancerígena es la que subyace a la denigrante realidad de que nuestro poder público sea hípercentralista: en “los pueblos” hacemos lo que en Caracas nos digan porque aquí no podemos hacer las cosas por nuestra cuenta; piensan así y actúan en consecuencia muchos integrantes de partidos políticos de nuestro estado Guárico, cuestión que, además, evidencia también su propia falta de liderazgo. Esa misma visión es también la base de la demagogia y del clientelismo; de allí que haya políticos empeñados en hacer de los regalos de cualquier cosa –pocetas, chinchorros, planchas de zinc- su forma y fondo políticos, porque –una vez más- la gente es incapaz de obtener eso por propia cuenta. Esa visión oprobiosa es, en definitiva, la base del socialismo: por eso les han quitado a quienes tienen y producen para dárselo a “los estúpidos” –es así que piensan en el fondo, realmente- que jamás lo obtendrían por sí solos. Durante más de 60 años hemos padecido esta sociedad de siervos, que quita a quien tiene, controla precios, cierra la economía a los capitales globales, coopta a la sociedad civil, censura a quien disiente… Hemos pagado caro no tener una sociedad de líderes.

Las sociedades que prosperan y que hoy lideran los rankings de libertad y crecimiento económicos, de desarrollo sostenible y de felicidad se basan en concepciones diametralmente opuestas: son sociedades de líderes, donde se respeta la autonomía del ciudadano y se confía en su capacidad para salir adelante por medio de su trabajo, su ingenio y sus capacidades. De esta forma, cada persona contribuye material y espiritualmente al crecimiento de sus familias y sus colectivos. Son sociedades que facilitan la creación de empresas, que incentivan la inversión y en donde a un político jamás se le ocurre comprar un voto con una bolsa de comida. Sociedades que ponen al individuo, al líder, en el centro, con el Estado limitado a hacer lo que tiene que hacer: velar únicamente por el cumplimiento de la ley y por la defensa de la seguridad y la soberanía. Son los modelos a seguir: Nueva Zelanda, Australia, Suiza, Irlanda, Reino Unido; no Corea del Norte, Venezuela, Cuba, Sudán o Zimbabue.

A los venezolanos cada día se nos presenta de manera más clara una encrucijada con dos caminos claramente diferenciados: el que lleva a la sociedad de siervos y el que lleva a la sociedad de líderes. Duele saber que hay algunos que eligieron el primer camino, que es el más fácil: el de los cogollos, el del silencio cómplice, el del conformismo, el de la impunidad, el de la traición, el del socialismo. Pero ese dolor se alivia cuando se comprueba que somos absoluta mayoría quienes, desde los rincones más profundos, escogimos y andamos desde ya por la segunda ruta, la más difícil, pero la que es: la de la valentía, la del trabajo, la de la superación, la de la innovación, la de la justicia, la de la confianza, la de la decencia, la de la libertad. Lo vivo todos los días en Guárico.

Por ese camino transitamos, denunciando cómo se vive la crisis humanitaria compleja en el corazón de Venezuela y acompañando a quienes sufren. Pero también sumamos voluntades y formamos equipos, captamos y diseñamos ideas para la entidad que tendremos en libertad, formamos a ciudadanos en las ideas que sí funcionan.

Esta vía tiene muchos obstáculos, pero es la que nos lleva a un maravilloso destino: la Venezuela Tierra de Gracia, con el Guárico vibrando en su corazón, porque desde el Estado trabajaremos para que cada esfuerzo individual conecte con un logro. Una sociedad de padres orgullosos que alimentan, visten y educan a sus hijos como les plazca; de cada vez más comerciantes y emprendedores que innovan, crecen y generan empleos y riquezas; de cada vez más productores del campo, dueños de sus tierras, de sus maquinarias y de sus productos, con los que satisfarán las necesidades de todos y crearán bienestar y riquezas que disfrutaremos todos. Es una ruta –de la vida, de la propiedad y de la libertad- que ya escogimos y que no tiene retorno: la de la sociedad de líderes, que nos merecemos y forjamos desde ya.

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