Esperanza

 

@pedrodemendonca

Muchos venezolanos preservamos intacta la esperanza en que seremos libres. Somos una Venezuela numerosa, ejemplar y radiante, que entendemos muy bien lo que enfrentamos y lo que se debe hacer para derrotarlo. Pero también hay hoy otra Venezuela, acechada por una pérdida de confianza en ese mejor porvenir. Ese país sufre un desaliento que, aunque circunstancial, es peligroso y desesperante. Nadie que enfrente al mal, por muy mal que esté, tiene derecho a caer en el juego del desaliento, de la desesperanza. El desaliento es parálisis, es derrota, quita vida. La esperanza, por oposición, es acción, es victoria y da sentido a la vida.

El Diccionario de la Real Academia Española define la esperanza como el “estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”. La esperanza es certeza. Por ejemplo, una persona se asocia con otra para montar un negocio porque confía en esa otra persona y tiene la esperanza –la certeza- de que la empresa correrá bien. Si no, no lo hiciera. La esperanza trae riqueza. Un hombre y una mujer confían entre sí y, con la esperanza de construir una relación beneficiosa para sí y la sociedad, establecen un noviazgo y luego, un matrimonio. Si no, no lo hicieran. La esperanza trae amor. Incluso hasta más elemental: salimos de nuestras casas a la calle -al trabajo, a hacer compras o a pasear- porque tenemos la esperanza de que nada malo nos pasará. La esperanza, esa certeza, nos moviliza y es la base de todas las buenas decisiones que una persona toma en su vida.

Quizás, por nuestra cultura cristiana, relacionemos esperanza con religión y la entendamos como esa espera de que Dios conceda los bienes que ha prometido. Pero la esperanza es mucho más práctica y terrenal. La esperanza –que no es lo mismo que fe ni que confiar en metas irrealizables- es un concepto inherente a nuestra misma condición humana. Tan omnipresente como el aire y tan vital como la sangre, es la piel que llevamos con nosotros para arriba y para abajo. El ser humano tiene vida y, en esa misma medida, tiene esperanza. Cuando comienza a perderla, empieza a morir. Es la esperanza de la victoria la que llevó a los ucranianos a dar la batalla y a no rendirse antes de empezar la guerra. La misma esperanza de Cristiano Ronaldo, que lo llevó a trabajar para ser un futbolista que deje huella en la historia. O la esperanza que hace que los venezolanos sigamos firmes frente a la tiranía, con la certeza de que incentivaremos y aprovecharemos una nueva oportunidad para ser libres.

Vivir sin esperanza es morir en vida; un “Síndrome de resignación”, que condena a quien lo sufre. Es el desaliento, que condena a la pobreza, al odio, a la esclavitud. Paraliza. Es cierto que el contexto hoy es muy adverso en lo económico, en lo político, en lo geopolítico. Pero también, en ese contexto, hay señales poderosas que dan esperanza de que lo que vivimos tiene fin. Esas señales las dan quienes se organizan en Venezuela y el mundo para ayudar, quienes se asocian alrededor de una idea o proyecto liberador y avanzan con él, quienes alzan su voz sin miedo contra la injusticia y por la libertad, quien quiere tener lo suyo a punta de trabajo y decencia. No hay lugar para la desesperanza.

Usemos pues nuestra esperanza para avanzar. También es cierto que siempre, por cualquier razón, se puede estar peor. Pero mi esperanza, mi certeza, es que también se puede estar mejor y vamos, de hecho, a estarlo. Mi esperanza es que, si me sacudo lo malo y actúo, contribuyo a lo bueno, a lo que yo quiero y a lo que todos queremos.

Mantengámonos vivos, mantengámonos con esperanza. Tengamos claras las certezas de quiénes somos, quiénes nos rodean y con quiénes sí podemos avanzar para lo que queremos y necesitamos. Sin miedo, quitemos del medio lo que no nos sirve y aliémonos con lo que sí. Que la esperanza nos motive a renovar la conducción política y todo lo que debamos renovar para avanzar.

Solo así, por causalidad, lograremos nuestro grandioso destino: ser un país libre, federal y rico. Desarrollo, prosperidad y felicidad para todos. Porque tenemos toda la materia prima para ello, digan lo que digan los agoreros de la derrota. Recursos naturales únicos; gente pilas y, además, gente buena, organizada y preparada desde ya para, desde el poder, impulsar las grandes transformaciones que necesitamos y que solo se pueden materializar en libertad.

Es hora de seguir de pie, firmes. Mantengamos viva la llama de lo que somos: esperanza.

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